La fuente, anclada en una esquina de la plaza, sintió que ya era demasiado vieja, casi una inútil existencia. Recordó, entonces, con cierta desolación, los primeros años de su ya larga vida, cuando la curiosidad y el regocijo general, conquistaron a tantos que se acercaban a beber, especialmente en las soleadas y largas tardes de la primavera.
Ufana en aquel tiempo por los comentarios laudatorios a su esbelta figura, y porque su fama traspasaba los límites estrechos de aquella plaza, reflexiona en su soledad, sobre lo efímera que es la gloria y cuán olvidadizos son esos que llaman humanos. O, ¿es que, acaso, ya no tienen sed?
Allí, antes, coqueteaba con los muchachos que intentaban seducir a sus ninfas, escuchaba silenciosa y discreta a los amigos y los que no lo eran tanto; todos tenían a aquella fuente como referencia y testigo: “te espero en la esquina de la fuente; nos vemos junto a la fuente”. Hoy, sin embargo, silencio, sólo silencio.
Es posible que su color verde, que otrora fue brillante y llamativo, y ahora se muestra oscuro y anémico, no atraiga ya la atención de quienes por allí pasan. Es posible que ya no queden personas que deseen un testigo, siempre mudo pero fiel, de charlas y promesas de eternos amoríos.
Cada cierto tiempo, siempre el mismo, una gota liviana y delicada consigue con su paciente monotonía que aparezcan unas ondas gráciles, casi imperceptibles, una especie de grito de doloroso socorro, de llamada a la piedad, para recordar a todos que aún existe, que está viva y dispuesta a saciar la sed de quien lo desee:
"Escuchad, si, ya sé que soy vieja y he perdido mi lozanía de antaño, pero aún tengo agua, aún os puedo servir, no me dejéis morir abandonada en mi tristeza".
A sus pies, algunas hojas secas y amarillentas, revolotean suavemente, sin estridencias ni ruido, anunciadoras del otoño que se ya acerca. Observan burlonas y saben que será entonces cuando la fuente, anclada en su vieja esquina, se quedará en a más absoluta soledad, apenas arropada por un débil sol y aterida en las noches heladas.
foto. Txema
La fuente, olvidada, sabe que su agua, todavía limpia y fresca, ya no reflejará jamás los besos robados, ya no esconderá las promesas incumplidas de eternos amoríos.