Me ha producido mucha más tristeza que indignación la reacción desaforada del Vaticano, a través de de su medio de comunicación -L'Osservatore Romano- que ha lanzado una agria e innecesaria diatriba contra el maestro lusitano.
Hubiera sido, por parte del diario de la jerarquía católica universal mucho mas prudente una sencilla nota informando de la muerte del escritor y nada más. Pero, ni siquiera en la muerte de José Saramago la cúpula vaticana ha demostrado la más mínima caridad. Esa que tanto exige a lo demás. El texto rebosa inquina, odio visceral; Todo un ejemplo de amor al prójimo.
Resulta penoso que el periódico no reconozca la valía literaria del premio Nobel y quiera desprestigiarle a causa de sus ideas. Vano y estúpido intento porque, aparte de que el citado diario no lo lee casi nadie, el resto tenemos la suficiente claridad de criterio para saber separar el grano de la paja.
Se puede coincidir en todo, en parte, o en poco con las posiciones políticas de nuestro autor. Se puede estar con él en su visión del mundo o se puede discrepar de algunas de sus afirmaciones. Eso es exactamente lo que nos enseña Saramago en cada una de sus obras. A pensar por nosotros mismos, a huir de los dogmas, de las verdades absolutas, a rechazar la aceptación borreguil de las ideas como si fueran un evangelio.
Y claro, cuál tendría que ser el mayor enemigo de la libertad de pensamiento: evidentemente el Vaticano y todos aquellos que como él, pretenden hacer de la religión un dogma inmutable por el que se debe regir la vida de todos los ciudadanos en todos sus aspectos público y privados.
Pero, aún así, produce una tremenda desolación que nadie se haya parado a pensar que por encima de las diferencias ideológicas, incluso por encima de la estimación literaria del autor, que también puede ser discutida, está el respeto a las personas. Eso es justo lo que quien ha escrito esa ignominia no ha tenido.
Estoy convencido de que el Vaticano, Ahmadineyad y los 100.000 judíos ortodoxos que se manifestaron contra la convivencia de los niños en las escuelas por motivos de pureza religiosa, quemarían encantados y en estrecha alianza los libros de Saramago. ¡Que tristeza!