viernes, 16 de abril de 2010

¡QUE POCO SOMOS!

Ha bastado la erupción de un volcán en una pequeña isla como Islandia para que se haya provocado en pocas horas un caos en el transporte aéreo europeo que, según nos dicen, no tiene precedentes, ni siquiera en los dramáticos momentos del atentado del 11-S.


Verdaderamente qué poco somos frente a la fuerza desatada de la naturaleza.

Tal vez deberíamos reflexionar seriamente sobre si con toda nuestra tecnología, nuestra ciencia, nuestros descubrimientos, no estamos en realidad a merced de los acontecimientos naturales que nos desbordan sin remisión. Y aprender.

No podemos predecir un terremoto, no podemos controlar las lluvias torrenciales, ni las prolongadas sequías, ni las plagas de langosta, con las tremendas causas que tienen para millones de personas.

Hace un año Italia tembló, hace poco Haití, después Chile, ayer China y ahora lo del volcán islandés, sin contar otros hechos que son menos relevantes mediatamente o bien ocurren en zonas que, por no estar habitadas, no llegan a nosotros. El resultado ha sido catastrófico.

Afortunadamente, la nube de ceniza volcánica,  sólo produce molestias y retrasos a los que quieren trasladarse de un lugar a otro en avión, pérdidas a las compañías aéreas y cierta alarma social por el caos en el transporte.  Otros acontecimientos han provocado miles, cientos de miles de muertos y heridos y no se ha podido hacer nada.

Me pregunto si la naturaleza, maltratada, no se subleva contra tanto dolor, contra tanta especulación, contra tanta barbaridad y se defiende de la única manera que puede: revolviéndose contra quien pretende doblegarla.

Sé que muchos van a decir que esto ha ocurrido siempre, que ya el Vesubio arrasó Pompeya y Herculano hace centenares de años. Pero me queda la duda de si tendríamos que ser más respetuosos con nuestro entorno natural.

viernes, 2 de abril de 2010

SEMANA SANTA

http://www.youtube.com/watch?v=uvoDn1zI6-U



Durante muchos años, esos que van desde que se empieza en la mayoría de las personas a tomar cierta conciencia de lo que nos rodea, lo que antes se llamaba uso de razón, hasta entrada la adolescencia, tuve unas muy firmes creencias católicas. Negarlo sería tan absurdo como decir que mi rompimiento con el catolicismo fue consecuencia de una serie continuada de decepciones.






En los los últimos años,  y antes de la ruptura total,  la Semana Santa me producía una profunda impresión: me dedicaba a la meditación sobre la muerte del Nazareno; su coherencia,  su valor al afrontar una situación que habría podido cambiar a su favor con una simple palabra.

Asistía con gran interés a la lectura del Evangelio, donde se narran las últimas horas del Cristo y me impresionaban sus respuestas sencillas, lacónicas y llenas de sensatez,  ante quienes le sometían a una parodia de juicio. Todo esto era impresionante y trágico a la vez.

Pero, al mismo tiempo, producía en mi ánimo,  una gran consternación y abatimiento porque interpretaba, de forma absolutamente errónea, que sólo mediante el sacrificio, el sufrimiento antes de la muerte, seríamos dignos de entrar en el reino de Dios.

Esta sensación desoladora pesó como una losa durante muchos años y conceptos como el pecado y la consiguiente condenación al fuego eterno me abrumaban permanentemente. ¡Que forma tan tosca de interpretar las cosas!

El tiempo ha pasado y se ha impuesto la razón frente a una serie de ideas oscurantistas que, justo es reconocerlo, han causado mucho mal a lo largo de los siglos y, por lo que observo, aún lo causan.

Pero, en todo caso, la muerte llena de dignidad de aquel pobre hombre, como el peor de los delincuentes, me sigue llamando poderosamente a reflexionar sobre su figura que admiro y respeto profundamente.
 
Si pincháis el enlace se oye un canto ortodoxo de viernes santo.

jueves, 1 de abril de 2010

EL DESPRECIO EN EL LENGUAJE

Tenía razón Rafael Sánchez Ferlosio cuando dijo aquello de que en España, el tratamiento de los temas relacionados con las victorias de los equipos o deportistas nacionales, producen tal irritación que ganas de marcharse.


Viene esto a cuento de que leo, con demasiada frecuencia, y especialmente en lo que se refiere efectivamente a asuntos presuntamente deportivos,  noticias, informaciones, comentarios etc. que contienen un lenguaje despectivo, muchas veces innecesariamente grosero y de burla hacia los rivales de los españoles. Y me produce verdadera pena ver como el chovinismo patriotero se ha impuesto definitivamente en el deporte.


Hoy, sin ir más lejos, leo en un periódico de tirada nacional que Nadal, el tenista, “aplasta” a no recuerdo quien y pasa a semifinales. Aplasta, si amigos, aplasta. Verdaderamente no se puede ser más estúpido.

No es la primera vez que referido a este jugador leo, frases semejantes y, por su puesto esto, es extensivo al tal Alonso el de la Fórmula 1, a la selección española de fútbol que ahora llaman “la roja”, a la de baloncesto, o a cualquier otro equipo que participe en cualquier competición, especialmente el Real Madrid que, por algún motivo, ocupa siempre más espacio que cualquier otro en las informaciones.

Aplastan, destrozan, aniquilan, pasan por encima, dejan en evidencia asus rivales que, casi siempre,  son débiles y mercedores de la derrota.

Me pregunto sí es necesario ese lenguaje ridículo que, a los que vemos el deporte como una simple competición en la que no se juega nada más que un pequeño título, una copa o un trofeo, y en absoluto en honor de la patria, nos aleja cada vez más de esos pretendidos deportes convertidos en circos despreciables.

Y resulta también curioso que en este país,  hace poco situado a la cola del mundo de las competiciones o, tal vez por eso, se desprecie a cualquiera de ellas en el que no haya un o una  español o española que pueda ganar. Sencillamente esos no existen para los medios. Sin victoria no hay interés.

Esperemos, por el bien de esas competiciones, que no haya españoles que puedan ganar al ajedrez porque ya es lo que nos faltaba.